El día había empezado como tantos otros, con el insistente despertador recordándole sus obligaciones, su fugaz café mientras se enfundaba la chaqueta,
y el rutinario beso a Malena con las llaves del coche en la mano. No es que la tuviera envidia, no era eso… parir no debía ser nada fácil a juzgar de cómo se
quedó dos años atrás cuando tuvieron al pequeñín. Y ahora, con algo más de siete meses de embarazo y condenada a quedarse en casa de baja, su humor
cambiaba repentinamente y provocaba no pocas disputas tontas, como la de la noche anterior. Pero en días como estos, tan crudos, tan de invierno, tan
blancos… no le hubiera importado cargar él con la barriguita y quedarse al resguardo de la chimenea.
Llegó puntual al trabajo, como
siempre, y enseguida se puso a funcionar: cartas, llamadas, supervisión del
departamento… a mediodía tenía la reunión trimestral de delegaciones para
programar la siguiente campaña, en el mismo restaurante donde primero comerían,
a unos doce kilómetros de la ciudad. Mientras cerraba su maletín con la
documentación que necesitaba y ordenaba de nuevo su despacho, antes de salir,
impulsivamente, descolgó el teléfono…
– “Malena, cariño, soy yo… no
soporto que estemos enfadados…”
– “Yo tampoco, Pablo, llevo toda la mañana intranquila… las hormonas me
van a matar, y sé que lo pago contigo… soy una boba, Pablo, perdóname”
– “No digas eso, cielo, sabes que te quiero con todos mis sentidos… y
si alguno me faltara, lo inventaría de nuevo para quererte más aún”
– “Pablo… yo también te quiero… por favor, no me hagas caso cuando me ponga
así…”
– “Te prometo que voy a encargar doble dosis de paciencia… te quiero,
mi reina”
– “Yo también te quiero… te espero esta noche para cenar junto a la
chimenea, como antes…”
– “Si, eso me encantaría… hace tiempo que no lo hacemos… un beso,
cielo, ahora debo irme”
– “Un beso, Pablo… recuerda que te quiero”
Cogió su abrigo y se dirigió al
coche. La mañana les había dado un leve respiro y un tibio sol había hecho acto
de presencia durante varias horas, pero ahora se había vuelto a ocultar y la
nieve volvía a visitarles con timidez.
Llegó al restaurante y se unió a
sus compañeros, y mientras esperaban al resto para pasar a la mesa, se tomaron
unas cervezas mientras rompían el hielo con conversaciones intrascendentes y
chistes verdes, lo normal en estos casos. Después de la comida, les pasaron a
la sala de reuniones… grandes expectativas, nuevas aperturas de mercado,
estrategias innovadoras… el panorama no podía ser mejor; por fin Pablo veía
recompensado su duro trabajo, y aunque no podía ni se quejaba de cómo le había
ido hasta ahora, tenía esa excitación metida en el pecho, confirmándole su
presentimiento de que su vida no tardaría en cambiar radicalmente para siempre.
Terminada la reunión, y tras los
abrazos y apretones de mano sonrientes, confiados en el trabajo bien hecho, cada uno se encaminó a su coche,
conduciendo de nuevo hacia sus rutinas.
Pablo se sentó al volante, dejó
el maletín en el asiento de al lado, arrancó el motor y se quedó un instante
mirando a través de la ventanilla los copos de nieve que ahora caían más
descarados. Sonrió y pensó en Malena, siempre Malena… se imaginó cómo sería en
apenas unos minutos, sentado con ella junto a la chimenea, con ese calor de
hogar dejando el frío fuera. Volvió a sonreir, el solo pensamiento de Malena
siempre le hacía sonreir. Se imaginaba rodeándola con sus brazos, con cuidado
de no molestar su tripita. Le inspiraba tanta ternura la figura ahora cansada y
abombada de su Malena… Se sentía tan afortunado junto a ella, que hasta esos
pequeños enfados no eran si no una nueva oportunidad de renovar su amor, de
volver a encontrarse, de conocer hasta el último recodo de la existencia del
otro…
Metió la primera, marcó a la
derecha, y volvió a la carretera que le conducía a su casa. Había estado
nevando desde el mediodía, así que había que extremar las precauciones, si bien
el tráfico era bastante fluido aunque un poco ralentizado. Poco antes de llegar
a la curva, el coche que iba delante tuvo un pequeño patinazo… Pablo se asustó,
y se vio obligado a dar un volantazo; desconcertado, empezó a sentir una caída
al vacío envuelto en láminas blancas y verdes. De repente, sin poder hacer
nada, ni moverse si quiera, comenzó a ver en su cabeza la película de su vida,
como si desde algún lugar desde arriba la estuvieran rebobinando. Saboreó la
cerveza de la comida, se entusiasmó con los nuevos planes de expansión, se
irritó por la tonta discusión sobre el nombre del bebé, porque se habían negado
a saber si sería niño o niña… se relajó bajo el sol de Roma con Malena, se emocionó
dándole el sí quiero, se tranquilizó recordando sus brazos la primera mañana
que despertó junto a ella… volvió a sentir la desazón en las noches de estudio
por sacar la carrera, y las mañanas de resaca de su juventud… le dolió, en su
cara y en su estómago, los puñetazos de aquella pelea por una chica cuando
estaba en octavo… se reconfortó reviviendo los veranos en la playa con sus
padres y hermanos… le picó todo el cuerpo, cuando pasó el sarampión a los nueve
años… y los ojos, cuando le pusieron gafas a los siete… se sintió torpe como
cuando aprendió a escribir, y le volvió a envolver la soledad del primer día de
colegio… volvió a magullarse con las primeras caídas aprendiendo a andar,
volvió a sentir la boca abrasando hasta casi dejarle sin sentido cuando sus
primeros dientes se esforzaban en salir… volvió unos segundos a la seguridad
entre los pechos de su madre, mientras la oía cantarle suave… para segundos
después sentir aquella mano en su espalda que le arrancaba su primer llanto… sintió
miedo cuando se quedó sin aire, cuando algo que no identificaba muy bien le iba
oprimiendo el cuello, mientras la misma mano parecía empujarle hacia dentro. De
pronto su universo se volvió diminuto, y el sonido opaco. Escuchaba a su madre,
como a lo lejos, podía sentir su felicidad, su amor sin límite hacia él, y a su
padre, que a veces le dedicaba unas palabras y le mandaba un beso a través de
lo que parecía un inmenso océano espeso.
Y después, nada… la nada más
absoluta… sus sentidos le abandonaron y se sintió flotar a través de una
especie de túnel sin fin… perdió la noción del tiempo y no pudo hacer otra cosa
que dejarse llevar… sus recuerdos, tan claros antes, se difuminaban hasta
confundirse…
De repente, vio una luz brillante
acercarse a toda velocidad… sintió el sol en todo su esplendor calentándole tibiamente, y de nuevo tuvo la
sensación de caer… Ante sus ojos empezó a vislumbrar una alfombra celeste, que
le pareció la cosa más bonita que había visto en mucho tiempo. Atravesó una
espesura blanca, sintió su cuerpo empapándose lentamente, y siguió descendiendo
al compás del aire, entre una cascada de gotas de lluvia, con la dulce
impresión de ser una de ellas. Sintió que algo tiraba de su cuerpo con fuerza,
y se precipitó buscando esa energía como si de dentro de si mismo saliese un
potente imán que había encontrado su polo opuesto. Comenzó a distinguir una voz
familiar, y sonó bajo la alfombra celeste un
ánimo nuevo y musical, dejando atrás la opaca sensación del silencio
que se alejaba, mientras sus sentidos se iban despertando. Supo que estaba en
el camino correcto, que su elección había sido acertada. Tras un suave golpe
seco, su diminuto universo volvió a envolverse de aquél espeso océano, a través
del cual seguía escuchando esa voz familiar con ciertas notas mezcladas de
esperanza y nostalgia. Intentó mover las manos para tranquilizar aquella voz y
un amor renovado le inundó por todos los poros de su piel. Se acomodó seguro, y
esperó… hasta que sintió una fuerza arrastrándole a través de algo que oprimía
suavemente su cuello… luego, una mano en su espalda le arrancaba su primer
llanto, que calmaba momentos después amparado en la seguridad entre los pechos
de su madre…
– “Felicidades, Malena, tienes una hija preciosa y perfectamente sana…
¿ya sabes qué nombre le vas a poner?”
– “Paula… se llama Paula…”